Aprovechando los días que pasamos en Bristol visitamos Bath, aunque os mentiríamos si os dijéramos que el motivo de la visita fue sólo por lo cerca y bien comunicadas que están la una de la otra. Ya teníamos Bath en la lista de visitas obligadas en Inglaterra y después de lo mucho que nos gustó recomendaríamos su visita desde cualquier ciudad del país (pero ya que fuimos desde Bristol os explicaremos también cómo llegar desde ahí).
Bath se encuentra a unos 20 km. de Bristol, con la que está muy bien comunicada mediante tren y autobús. En el caso del tren, éste sale de Temple Meads y es la opción más rápida para llegar a la ciudad: estaréis en Bath en sólo 15 minutos. Nosotros, en cambio, fuimos en autobús, con la línea X39 para ser más exactos, por lo que tardamos cerca de una hora en llegar. Si ninguna de estas opciones os convence o simplemente sois de los que preferís pedalear ambas ciudades están unidas entre sí por carril bici y, por lo que nos han comentado, la ruta no tiene desperdicio. Eso sí, contad que tardaréis el doble.
Una vez en Bath, ¿que ver? Bath es famosa, principalmente por dos cosas, por su pasado romano, vinculado a las termas; y por su arquitectura georgiana, de la que destacan construcciones como el Royal Crescent, primera parada de nuestra ruta.
Junto al Royal Victoria Park, uno de los parques más importantes de la ciudad, se encuentra el Royal Crescent (1), un conjunto de 30 viviendas alineadas formando la curva de una elipse. Esta construcción, creada en el siglo XVIII (entre 1767 y 1775) y diseñada por John Wood el Joven, se ha convertido en una de las panorámicas más icónicas de Bath y, como no, en uno de los puntos más fotografiados de la ciudad. Como curiosidad: en este lugar se han grabado escenas para películas como La Duquesa (esa en la que Keira Knightley vuelve a vestirse de época).
La panorámica más buscada de Bath
Desde aquí nos desplazamos a otra figura geométrica vestida de edificios, The Circus (2). En este caso, aunque seguramente ya lo habías deducido, nos encontramos ante un complejo residencial circular, obra del padre del arquitecto encargado del Royal Crescent, John Wood el Viejo (aunque fue su hijo quien lo finalizó). Muy cerca de aquí nos encontramos con los Assembly Rooms, una sala de bailes inaugurada en 1771 y que fue frecuentada por escritores archiconocidos como Jane Austen o Charles Dickens. Actualmente este edificio acoge el Museo de la Moda, pero algunas salas se pueden visitar gratuitamente. Por desgracia, nosotros no tuvimos esa suerte porque llegamos antes de que abriesen (ya veis como no por mucho madrugar…).
Cuando nos dirigíamos a nuestra siguiente parada descubrimos algo que nos llamó mucho la atención: una cafetería ubicada en plena nave de una iglesia, la Iglesia de San Miguel (o más bien la St. Michael’s Church). Viniendo de España, donde en las iglesias te sabe mal hasta susurrar, encontrar iglesias en las que lo que se oye es barullo de cafetería nos parece, cuanto menos, reseñable. Pero sigamos con la ruta.
Una mesa de cafetería junto a la pila bautismal
Casi sin darnos cuenta llegamos a Pulteney Bridge (3), y digo casi sin darnos cuenta porque a primeras no parece que estés en un puente sino paseando por una calle más de la ciudad (luego ya te das cuenta de que estás nada más y nada menos que sobre el río Avon). El Pulteney Bridge es uno de los pocos puentes habitados que quedan en Europa y en él se encuentran comercios muy diversos entre los que se cuentan una floristería y una tienda de mapas junto a cuyo escaparate nos quedamos babeando un rato. Nuestra recomendación: cruzad el puente y haced la foto desde el otro lado, habrá menos gente y la foto es igualmente bonita.
Pulteney Bridge: Foto desde la otra orilla
El paraíso de los viajeros hecho tienda
Nos acercamos al plato fuerte de la ruta, la abadía y los baños romanos. La Abadía de Bath (4) es uno de los monumentos icónicos de la ciudad y recibe, al año, cerca de medio millón de visitantes. Esta gran abadía se funda en 1499, siendo una de las últimas grandes iglesias góticas levantadas en Inglaterra. La entrada al edificio es gratuita (aunque se pide una limosna a voluntad) y la subida a la torre de pago.
Abadía de Bath desde las Termas Romanas
Justo al lado de la Abadía encontraremos las Termas Romanas (5). De esta parada podríamos escribir un artículo entero (imaginaos si nos gustó) pero intentaremos resumir. Eso sí, cuando la visitéis, coged la audio-guía (no supone coste adicional) y así os enteraréis de todo lo que no os contamos aquí.
Termas Romanas de Bath
Remontémonos ahora a los tiempos en los que Bath se conocía como Aquae Sulis. Bueno, en realidad, deberíamos remontarnos un poquito más atrás, hasta los celtas, que fueron los primeros en aprovechar las aguas termales y que adoraban aquí a la diosa celta Sulis (los romanos aprovecharon el tirón del nombre convirtiéndolo luego en la diosa Sulis Minerva). La cuestión es que las termas que se conservan son las romanas y, aunque con añadidos (por ejemplo, las estatuas de personajes romanos ilustres situadas en la terraza superior son del siglo XIX) son de las termas mejor conservadas de la época. Así que sí, remontémonos a Aquae Sulis.
Como hemos dicho, en el recinto nos encontraremos con añadidos posteriores, pero ¿qué conservamos de época romana? En el Manantial Sagrado encontramos el corazón del complejo, de dónde emergen, al día, casi 1,2 millones de litros agua a una temperatura de 46º C. Junto a este manantial estaría el Templo a Minerva, del que se conserva el frontón (uno de los dos únicos frontones originales de época romana que se conservan en toda Gran Bretaña). También es de época romana el Gran Baño y las estancias termales que se ubican alrededor del mismo: el frigidarium, el caldarium, los vestuarios…
Uno de los dos únicos frontones romanos conservados en Gran Bretaña
Como principal añadido posterior os queremos hablar de la Sala de Bombas (o Pump Room). Se trata de un edificio adyacente al que se accede desde la calle y que no forma parte de la visita a las termas. ¿Por qué os hablamos de él entonces? Porque aquí es a donde venía la gente a tomar las aguas de Bath (y con tomar hablamos de beber). Esto, que ya no se considera tan bueno para la salud, ya no se hace en este restaurante sino en el propio museo. Así que a la salida no olvidéis pasar por la fuente y tomaros un vasito (que un vaso sí que no hace daño a nadie). Nuestra recomendación: aseguraos de llevar una botella de agua en la mochila o, mejor, un zumo, porque no es un sabor que queráis que se os quede en la boca.
Acabadas las paradas culturales os recomendamos que callejeéis por Bath buscando tiendas singulares. Para esto no dejéis de recorrer la Calle Milsom (6), principal calle comercial de la ciudad.
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